“Como a ti te gusta ir a comer a distintos restaurantes, vamos a conocer uno que me han recomendado”. El comentario es de mi hijo Ángel cuando la semana pasada me invita a almorzar. “Se llama Verema”.
Y hacia allá vamos. En la esquina de la calle Luis Alberti vemos en la vidriera el número 23. Es que el nombre es Verema 23. La fachada, empero, es por la Roberto Pastoriza.
Al entrar, sorprende la armónica decoración del vestíbulo: del techo cuelgan plantas sembradas en tarros con forma de senos de mujer. “Son los senos invertidos que representan la Madre Tierra”.
Hacia un lado, unas narices, obras del artista Corainlo Franco y, sobre bloques de ladrillo, botellas vacías transparentes que, al abrirlas permiten percibir el aroma de un tipo de vino, como en las catas.
En el muro hay pintados distintas variedades de terreno: “la base típica del suelo volcánico, luego rocoso, arenoso, arcilloso. Mientras más seco el suelo, mejor es la vid”. Es que aquí la simbología gira en torno al vino.
Quien nos explica es el gerente, Wilkin Pérez, cuando después de almorzar, nos muestra los espacios. “Verema es Vendimia en catalán. Y éste es un Grand Crú Wine Club”. (Club centrado en el disfrute de vinos de alta calidad).
Aquí “la comida es para acompañar el vino”. En nuestro caso seguimos lo tradicional: el vino acompañó la comida. Pedimos una copa de la casa. Hay dos opciones. Elegimos Il Seggio, de la Toscana italiana. Muy bueno.
Bajo el encabezamiento de Platos y Bocadillos, hay seis opciones de plato fuerte, sea pescados, ave o carnes. Elegimos Pollo de pastoreo “au jus de oignon” (al jugo de cebolla). Así llamados por estar criados al aire libre, con acceso a pastos y a alimentación natural. Excelente sabor.
En cuanto a bocadillos (en nuestro caso, acompañantes) hay ocho para escoger. Mi hijo pide Carpaccio de tomate. Viene en hermosa presentación, apetecible al paladar. Yo me inclino por Hongos a la brasa. Me gusta. La ración es abundante.
De postre, la camarera da a escoger entre dos. Vamos por el Cheesecake de chocolate. ¡Delicioso! Tras el almuerzo, el gerente nos muestra los diversos salones. En este recorrido nos enteramos que la propietaria, Aneley Cáceres, es sommelier y etnóloga.
Yo agregaría que es, además, una innata diseñadora de interiores. Fue ella quien creó los variados montajes, cuyo hilo conductor es el vino, aunque cada uno con su propia personalidad.
Antigüedades
En medio de este ambiente de moderna confortabilidad destacan varias piezas antiguas. Entre ellas, un armario que fuera propiedad de la bisabuela de la dueña, y un viejo, pero bien cuidado mueble de radio y tocadiscos.
